Centrarse en el proceso significa conectar con los detalles

Vayamos al terreno. La señora X quiere estar bien. Lleva tiempo sin sentirse tranquila. Tiene angustia por la noche. No se concentra en el trabajo. Tiene enfrentamientos constantes con su familia. Evita cualquier circunstancia en la que se quede a solas con sus propios fantasmas. Comienza a practicar mindfulness. Veinte minutos, todos los días. Después de dos semanas, arroja la toalla. Está convencida de que no funciona. Dos semanas de práctica y en ningún momento se acercó, lo más mínimo, a sentirse relajada.

La señora X pasó por alto muchas cosas. Ni siquiera valoró el hecho de que había dormido un poco mejor. Tampoco recordaba que en una de sus meditaciones, se dio cuenta de que había ido demasiado lejos con su hijo. Después de meditar, le pidió perdón. En una ocasión, a los cuatro días de práctica, pudo sentir una respiración completa.

Si la señora X se hubiera fijado en esos detalles, no habría abandonado tan deprisa, su intimidad. No es que pasara una feliz infancia, pero la señora X, cuando era niña, no necesitó de grandes ideales para disfrutar del paso del tiempo. En su pequeña habitación, de un barrio cualquiera de mediana ciudad, se perdía en los detalles de los infinitos juegos que le hacían conocer mejor el mundo. No sabemos cómo, ni cuándo, pero la señora X perdió el contacto con la realidad. Dejó de ver la riqueza de las cosas pequeñas. Su vida, ahora, está pintada con trazos gruesos y opacos.

Está bien tener grandes aspiraciones. Pero, ¿no tenemos suficientes ejemplos de que las grandes aspiraciones no siempre dan lugar a grandes resultados? Centrarse en el proceso significa conectar con los detalles.