Hace unos años, cuando comenzamos a investigar activamente los mecanismos del dolor crónico de espalda, nos planteamos seriamente si el estrés o la ansiedad, podrían ser causas o efectos del dolor crónico. Ahora empezamos a entender que todos estos síntomas psicológicos son parte de lo mismo: una alteración del sistema cerebral del procesamiento del dolor.
El dolor es procesado por el cerebro. Como un guardia de seguridad del organismo, recoge información de los múltiples receptores del cuerpo y luego toma una decisión: si la situación es potencialmente peligrosa para su propia supervivencia, activa un sistema de alarma.
El cerebro crea la experiencia del dolor, reduce el patrón de movimientos que podrían causar lesiones, genera comportamientos que reducen la exposición a posibles peligros y activa emociones como el miedo, que protegen al individuo de comportamientos que podrían ponerlo en peligro. Cuando un animal está herido, tiende a retirarse a su guarida y a limitar sus interacciones sociales, volviéndose más reactivo a las amenazas y reduciendo los peligros al mínimo.
Algunos de nosotros hemos tenido la experiencia de tener que pasar por una rehabilitación tras una lesión grave. Debemos recuperar la fuerza de nuestros músculos, que no hemos utilizado durante algún tiempo, y restablecer los patrones de movimiento normales. Si no lo hacemos, pueden surgir problemas en el futuro.
La rehabilitación también se centra en prevenir y corregir lo que llamamos coloquialmente en el laboratorio "lesión fantasma", es decir, la tendencia del cuerpo a hacer un esfuerzo excesivo para protegerse del peligro.
¿Qué explica que algunos pacientes con dolor de espalda sigan experimentando episodios de dolor aunque se hayan recuperado? ¿Por qué sólo el 10% (aproximado) de los pacientes con dolor de espalda tiene una causa bien definida (compresión, fracturas, estenosis u otras enfermedades), mientras que el resto entra en un "saco agnóstico" llamado "dolor de espalda inespecífico"?
La causa del dolor cerebral puede encontrarse en el "sistema cerebral de procesamiento del dolor". Esta compleja red se puede alterar en algunos pacientes, lo que da lugar a un espectro de síntomas que afectan tanto a la percepción del dolor como al estado de ánimo y a las funciones cognitivas.
En 2016 se acuña un término que revolucionó nuestra forma de entender el dolor: dolor nociplástico. Hace referencia a un tipo de dolor que es mecánicamente distinto del dolor nociceptivo (por daño tisular, inflamación, etc), o dolor neuropático (por una lesión en el sistema nervioso periférico).
El dolor nociplásico ha sido incluído en el manual de la IASP (International Association for the Study of Pain). Se define como "el dolor que surge de la alteración del sistema cerebral del procesamiento del dolor, a pesar de no existir evidencia clara de daño tisular real o amenazante que cause la activación de los nociceptores periféricos (receptores) o evidencia de enfermedad o lesión del sistema somatosensorial causante del dolor". Muchos autores sugieren que, de hecho, existe una superposición de los tres tipos de dolor en muchos casos.
¿Cómo entonces tratar ese tipo de dolor que, como su nombre indica, tiene que ver con la capacidad plástica del cerebro? ¿Cómo indicar al cerebro que ya no hay peligro y que es "seguro" dejar de tener miedo?
Hace cuatro años, el equipo de BTI dirigido por Eduardo Anitua y Nirakara Lab inició un ensayo clínico. El equipo pretendía comparar los efectos de realizar un programa basado en mindfulness con el tratamiento habitual, para pacientes con dolor crónico de espalda. El programa de Mindfulness que utilizamos fue un MBSR. Incluimos algunos elementos específicos: un protocolo para aumentar la sensibilidad del cuerpo y afrontar las sensaciones de dolor y un nueva secuencia de posturas adaptada.
El estudio ha salido publicado hace unas semanas en la revista PlosOne. La conclusión: el entrenamiento en mindfulness tiene un efecto en el dolor percibido. Las personas descienden los síntomas de estrés, depresión y ansiedad. Disminuyen la "catastrofización del dolor" y aumentan las conductas saludables (más ejercicio, mejor sueño, etc.). La interleuquina 1beta (proinflamatoria), asociada en la literatura a los síntomas de depresión, también tuvo un cambio significativo.
¿Cómo es posible que un protocolo basado en mindfulness pueda tener un efecto tan notable sobre la percepción del dolor?
Cuando comenzamos el programa, tanto en Madrid como en Vitoria, observamos un proceso muy interesante, que compartimos con los pacientes. El primer día cuando hicimos el primer ejercicio del MBSR, que llamamos exploración corporal, las personas intentaban, incómodas, encontrar una postura mejor. El ejercicio dura 40 minutos y consiste en atender a las sensaciones del cuerpo siguiendo gradualmente las distintas regiones del cuerpo, desde los pies hasta la cabeza.
Cada minuto se oían los cuerpos buscando una mejor posición en el suelo, pero nunca venía. Constantes suspiros y gestos faciales mostraban una incomodidad extrema. El último día del programa, apenas se oían los movimientos en las esterillas. Las personas podían permanecer en una postura semisupina durante 40 minutos seguidos.
El entrenamiento en mindfulness podría ser una herramienta útil en el tratamiento del dolor crónico. Los participantes se exponen a sus propias sensaciones y comprenden que el dolor es una sensación producida por el cerebro, y no tiene por qué ser un peligro real.
Aprenden a regular su atención y sus emociones, detectando los patrones de pensamiento que les hacen sufrir. Su vida está marcada por el dolor, y el dolor, no sólo es una percepción. El dolor se mezcla con un estado emocional de impotencia, frustración, irritación o desesperanza.
Todavía nos faltan tratamientos eficaces y mucho por aprender. Probablemente la solución al dolor nociplástico venga de la integración de varias estrategias terapeúticas. En este artículo de revisión de la revista The Lancet hay una revisión más amplia del alcance del dolor nociplástico.
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